miércoles, 10 de abril de 2013

Trazos


Las hojas desparramadas sobre el escritorio no hacían más que recordarle constantemente su frustración. Las ideas revoloteaban en su cabeza sin poder ordenarse, en un caos que desordenaba sus prioridades y no le permitía discernir bien las circunstancias. Esas ideas, que se rehusaban a ser plasmadas en el papel, burlonamente bailaban en el escritorio, para desvanecerse en cuanto llegaban a la punta de la pluma. En soledad intentaba capturarlas, irritado por la sordera de quienes ignoraban el desesperado rasgar de la pluma sobre el papel, pero todo intento fue en vano.  Con furia e impotencia veía cómo las danzantes ideas volvían a refugiarse en el laberinto de su cabeza,  para no abandonarlo más.  Decidieron quedarse por siempre, aisladas de la liberadora luz del mundo.

De pronto cayó de rodillas, resignado, frente a la chimenea alimentada por los torpes trazos garabateados en aquellas hojas. Pues si sus ideas se quedaban con él, no debía escaparse ni el más ligero esbozo. El baile del fuego, tan poderoso para él, lo hipnotizó sin ningún problema, como era la costumbre. Quedó contemplando durante horas ese bamboleo impredecible que lo iluminaba todo con intensos destellos. Cuando el último trazo se hubo convertido en humo y cenizas, una repentina paz invadió la habitación. Quizás algunas ideas no quieren salir a la luz. Prefieren convertirse en ella.