sábado, 20 de diciembre de 2008

Papalote

Se estaba mirando en los coloridos cristales de un ventanal; una imagen vaga, distorsionada por las líneas del diseño y los reflejos del sol. Un retrato poco fiable, se dijo, continuando su incesante búsqueda. Se había visto en su viaje de innumerables y diversas formas: alto, bajo, opaco, colorido… pero no encontró una sola en la que pudiera confiar; visitó tantos lugares, conoció tantas cosas… cosas fabulosas y únicas, pero ninguna que se pareciera a él.

Ya era hora de volver a su nido, pues no había nadie que cuidara los huevos y faltaba poco para que el sol se oculte tras las montañas. Al llegar a la cornisa donde lo construyó, se sentía abatido por sus circunstancias y por no poder encontrarse dentro de su propio ser por mucho que se buscase, pensando en las tantas y tan diversas formas en las que se vio en innumerables reflejos a lo largo de su vida. En medio de sus reflexiones, sus ojos se toparon con un destello al otro lado de la ventana: era el brillo de un espejo. Otro reflejo mentiroso, pensó, pero luego pudo vislumbrar algo más, fuera de lo obvio que cualquiera podría ver, que se imprimió en su mente con incandescente furia. Poco a poco, se hacía visible la nefasta imagen de una tumba, la suya, rodeada de unas pocas flores marchitas en medio de un páramo desolado y lleno de vacío. Las huellas de su último visitante borradas por el viento que siseante e impío anunciaba la eterna soledad y el nombre grabado en la piedra se desvanecía con el tiempo inexorable y fatal, sumiéndolo en las entrañas del olvido.
Lleno de lágrimas, Papalote vio en el espejo cómo los huevos se rompían, y a los seres que surgían de ellos irse volando. Eran todo lo que tenía, esos seres ajenos a sí, y se fueron volando.

Al fin había logrado verse, pero la imagen no le provocó más que amargura y congoja, como si hubiera sido desterrado de su vida y condenado a existir sin futuro ni pasado, sin noción de su presente o siquiera un indicio de sentido. Deambulando toda la noche, llegó al amanecer a las orillas de un gran lago, donde algunos niños jugaban con cometas coloridas en el cielo. Papalote, así me llamaron, como este pedazo de papel que se mueve acorde a los caprichos de aquel niño, sin el menor rastro de voluntad en sus acciones, puede volar pero a requisito ajeno, jamás por si mismo o a su propio antojo. Absorto en sus reflexiones, por poco no advirtió algo que, pese a estar siempre presente, nunca le dio la importancia necesaria. Era él, reflejado en la calma superficie del agua. Miró aquel colorido pico de tucán, las largas patas de flamenco, su cacatuezca cresta, el collar de plumas negras, la cola como de pavo real, y por último, vio sus alas, enormes y poderosas, pero que nunca alcanzaron su potencial y reprimidas siempre por una noción de dependencia. Esas alas pedían a gritos que las notaran, y al fin se escucharon sus súplicas, en un instante de frenesí se desplegaron en toda su envergadura y Papalote emprendió vuelo en el cielo inundado de cometas, con la infinita emoción de saberse a si mismo.

2 comentarios:

Joseto dijo...

Tu cuento tienen eso de laberintico que tienen los sueños, ocultando llaves que él mismo construye al formar el laberinto. ¿La busqueda incesante de la identidad? ¿conocerse a si mismo? ¿verse proyectado en el otro o en lo otro? En el reflejo nacen sus imágenes y se van volando, ¿todo es nada papalote? ¿Realmente existes? Te diste cuenta de tu existencia y así sin más te.comprendiste a ti mismo, miraste tal vez tu simpleza y volaste con tus propias alas, por ti mismo, revelandote a tu naturaleza que te obligaba a estar atado a un suelo. Ahora me imagino que tu nombre ya no te queda bien, eres otro, o más bien eres tú mismo, libre de ataduras

APRR dijo...

"vio sus alas, enormes y poderosas, pero que nunca alcanzaron su potencial y reprimidas siempre por una noción de dependencia".... un origami que colorido tomo forma, cuerpo, alma.. Emprender el vuelo es lo mas dificil, pero aun mas dificil es ver que tenemos alas y no podemos seguir la naturaleza propia de despegarlas de nuestro cuerpo para ir lejos, lejos allá donde deseemos ir...no somos aun independientes. Papalote parecemos todos en algunos instantes de nuestras vidas.